miércoles, diciembre 19, 2007

La conjura de los escribidores (3)

Decía en la primera entrada de esta serie que dudaba que el test de la página 69 pudiera aplicarse a otros textos que no fueran novelas, como los libros de filosofía o de arte. Cuando escribí ese párrafo tenía in mente las características tan particulares de las materias desarrolladas en esos libros.

Pero también puede haber razones de hecho para rechazar la pertinencia del test de la página 69 en filosofía: es común que los clásicos filosóficos se publiquen precedidos por prólogos muy largos —dejemos de lado la cuestión de si realmente orientan al lector o lo extravían— u otros textos introductorios, de modo que la página 69 suele estar fuera del texto filosófico propiamente dicho. Por ejemplo: En la edición de Losada de La crítica de la razón pura, la traducción del texto de Kant no comienza hasta la página 117; en la edición de Hyspamerica del Tratado de la naturaleza humana el texto de Hume no comienza hasta la página 73, debido a que los editores decidieron colocar antes del texto de Hume una autobiografía.

Otra vez voy a poner a prueba el criterio y, a pesar de las dificultades mencionadas, el elegido es un texto filosófico: ustedes dirán si compran el libro o no en base a la lectura del fragmento:
¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? — Que al ser humano nadie le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo (— el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. El no es la consecuencia de una intención propia, de una voluntad, de una finalidad, con él no se hace el ensayo de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad», — es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad falta la finalidad... Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo, — no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar [70] nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo... ¡Pero no hay nada fuera del todo! — Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu», sólo esto es la gran liberación, — sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir... El concepto «Dios» ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia... Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos al mundo.—
Como en el ejemplo anterior y por la misma razón, no voy a decir de qué autor se trata ni el título del libro, pero ¿puede haber alguien que no lo reconozca?

¿Qué opinan: compran el libro o lo dejan pasar?