miércoles, noviembre 10, 2004

Ecos sesentistas

Tan lejos como en la década del sesenta, Umberto Eco, en El problema de la recepción, anunciaba que en el mensaje estético
[...] el autor se esfuerza justamente por disponer una serie de signos de forma que escapen a la rígida univocidad de la comunicación ordinaria. Quiere que aquel que lo reciba se entregue a una aventura interpretativa, que descifre los significantes, que los refiera a su matriz física (sonido, color, piedra, metal, en una palabra, "material"), que enriquezca el mensaje con aportaciones personales, y que lo cargue de evocaciones accesorias. Y, sin embargo, también desea que reciba algo que, el autor, ha querido decirle; que lea la obra de la manera justa, pero descubriendo a la vez posibilidades que él, el autor, ni siquiera había entrevisto. Tal es el desafío del mensaje estético, su capacidad para vivir en la historia, para seguir siendo él mismo y hacerse siempre nuevo en esa dialéctica continua que ya para Marx fue un problema provocador, cuando se preguntaba cómo era posible que las obras maestras de la poesía griega pudieran interesarnos aún, a pesar de hallarse ligadas a las estructuras de una sociedad ya desaparecida. En este desafío el lector atento se esfuerza sobre todo en redescubrir el código del autor, y luego en penetrar la obra mediante un código enriquecido: podríamos decir, para utilizar una terminología accesible, aunque vaga, que así es como se resuelve la dialéctica crítica entre filología e imaginación, entre fidelidad al texto y audacia interpretativa.
Hoy, como ayer, sigue la búsqueda de esos lectores atentos, en lo fundamental activos, ávidos de interpretar una y otra vez los mensajes estéticos, transformándose así, hasta un punto imposible de definir de antemano, en co-autores de sus lecturas.